La imperfección razonable, la normalidad que debemos asumir

Artículo escrito por el Vicario regional del Opus Dei, Carlos Ma. González, para la Revista digital del IEEM "Hacer empresa".

Hace unos meses se publicó en castellano La familia imperfecta: Cómo convertir los problemas en retos (Rialp, 2019) de Mariolina Ceriotti Migliarese, una neuropsiquiatra infantil y psicoterapeuta de adultos. El libro se basa no solo en la evidencia científica, sino también en un envidiable sentido común y en anécdotas surgidas de su propia experiencia personal como madre de seis hijos. No pretende dar soluciones, sino algo que vale tanto para la familia como para la empresa: “Compartir un modo de pensar… dar elementos que pongan a cada uno en condiciones de reflexionar y que nos puedan hacer a todos algo más capaces de tomar solos las mejores decisiones”.

en el seno de la familia, necesariamente imperfecta, donde se aprende que podemos ser amados a pesar de nuestros defectos

El título recuerda la “sensata imperfección”, tratada por Gregorio Luri, en Elogio de las familias sensatamente imperfectas (Ariel, 2017), en el que desarrolla la idea de que es en el seno de la familia, necesariamente imperfecta, donde se aprende que podemos ser amados a pesar de nuestros defectos.

Ceriotti defiende un ejercicio de la paternidad y maternidad tranquilas, sosegadas, confiadas, basadas en el sentido común. Sugiere comenzar aceptando una “percepción serena de la normalidad de la imperfección”, de la nuestra y la de nuestros hijos (o, en el caso de la empresa, de los colaboradores y empleados). Esto ayuda a recomenzar cada vez que cometamos un error, sin caer en la infundada y neurótica sospecha de que tenemos un problema patológico o que somos malos padres.

Vivimos en una época de niños “escasos y preciosos”, caracterizada por una fuerte obsesión de los padres por ser perfectos y tener hijos perfectos

Vivimos en una época de niños “escasos y preciosos”, caracterizada por una fuerte obsesión de los padres por ser perfectos y tener hijos perfectos. Esto lleva a la ansiedad y posterior depresión, cuando se constata la dificultad, o más bien imposibilidad, de esa meta. Deberíamos partir de la idea real de que no existe el padre perfecto, ni la madre perfecta, el hijo perfecto o la familia perfecta. Por esto lo del título de esta columna: la “imperfección razonable” es la “nueva normalidad” que conviene asumir.

Ceriotti afirma que a veces tenemos la impresión de que “educar bien se hubiera convertido en una cuestión de especialistas, en una tarea muy cansada y de resultados inciertos”. Sin embargo, educar es una tarea maravillosa y una gran oportunidad para mejorar nosotros mismos. Es obvio que tenemos que intentar formarnos en este aspecto (ningún padre nace sabiendo serlo), pero debemos vivir nuestras imperfecciones como “normalidades”, no como fracasos. San Josemaría Escrivá decía que “el santo no es el que no cae, sino el que se levanta siempre”.

Problemas que son normales en toda relación de pareja, se traducen superficialmente en la imposibilidad de permanecer juntos por más tiempo

El núcleo esencial de toda familia es obviamente la pareja; y por esto hay que cuidar, “mimar”, esa relación para que el sistema familiar funcione. El problema es que en la actualidad las dificultades en la pareja (que siempre existieron, existen y existirán, muchas y complejas) se perciben como un “síntoma de una disfunción inexorable”. Problemas que son normales en toda relación de pareja, se traducen superficialmente en la imposibilidad de permanecer juntos por más tiempo. Sin embargo, “las dificultades y crisis no son excepcionales en la vida en pareja. Forman parte natural del recorrido y, como cualquier crisis correctamente entendida, son potenciales desafíos al crecimiento y a buscar lo mejor, también en el plano individual”.

Ceriotti piensa que uno de los motivos prioritarios de la crisis en la pareja actual es la imposibilidad de comprender que hombre y mujer son diferentes; es decir: la insistencia por considerarnos idénticos e intercambiables en el marco de un igualitarismo masificador que lo empaña todo y que llena las relaciones entre los sexos de conflictos y frustración. El desarrollo de estas ideas ocupa varias páginas sugerentes del libro.

Esta no es una relación entre iguales, sino que —aunque suene incorrecto para algunos oídos— padre y madre deben tener claro que se encuentran en un plano de superioridad jerárquica.

padre y madre deben tener claro que se encuentran en un plano de superioridad jerárquica

Superada esta primera dificultad de la comprensión en la pareja, Ceriotti plantea el siguiente problema con el que toda familia se encuentra si tiene hijos: la relación padres-hijos. Esta no es una relación entre iguales, sino que —aunque suene incorrecto para algunos oídos— padre y madre deben tener claro que se encuentran en un plano de superioridad jerárquica. Para ello deberán luchar juntos contra la tendencia natural que tiene todo hijo al nacer: su “egocentrismo sustancial”. Se sabe que cada niño experimenta, desde el nacimiento, cierta tendencia a la tiranía. Es lógico, porque pretende prolongar los mecanismos biológicos intrauterinos con los que la madre le ha hecho adicto al placer. En el seno materno, sin sensaciones de frío, hambre o sueño, ha experimentado su capacidad de ser insaciable y omnipotente; y pretende seguir siéndolo cuando sale al exterior.

Desde que nace, el niño tiene que ir percibiendo gradualmente que sus pretensiones de tiranía no son posibles por más tiempo. Para esto, los padres deben comportarse como adultos. Algo que parece obvio, pero es habitual encontrarse con padres que se niegan a madurar y adoptar el papel que les corresponde: prefieren ser eternos adolescentes. Padres que no aceptan la natural pérdida de juventud, se resisten a envejecer y tratan de huir del tiempo, se mimetizan patéticamente con los adolescentes y tienen pánico a la responsabilidad de criarlos, educarlos, limitarlos, guiarlos.

Ceriotti reclama el derecho de todo hijo a ser educado por un adulto que asuma la responsabilidad de enseñarle el camino y marcarle los límites

Ceriotti reclama el derecho de todo hijo a ser educado por un adulto que asuma la responsabilidad de enseñarle el camino y marcarle los límites, mostrándole la esencial distinción del bien y el mal. Crecer implica separarse psicológicamente, abandonar la infancia y la adolescencia; pero para muchos niños esta separación es muy difícil porque los espacios psíquicos entre padres e hijos se confunden. Los padres que, por una resolución pobre de sus propias cuestiones y vacíos existenciales, se refugian en la pseudoamistad con sus hijos, les hacen un daño tan profundo como injusto. Les impiden crecer, conocerse, desarrollar sus recursos confrontándolos con los condicionamientos. Los incapacitan para la responsabilidad. Es lo que Zygmunt Bauman ha calificado como la “condición líquida” de las nuevas generaciones.

La autora indica que, para que el entramado familiar funcione razonablemente bien, es importante saber mantener la distancia justa. Se refiere a la necesidad de dar autonomía a los hijos respecto de los padres, y a que los padres asuman, asimismo, la precisa autonomía respecto de las experiencias pasadas en su propia familia de origen, especialmente si fueron negativas.

algo teóricamente aceptado pero difícil de vivir en la práctica: el reconocimiento, la valoración y la integración de las diferencias

El libro de Ceriotti aborda otros temas importantes, como la necesidad del perdón; y con abundantes ejemplos va construyendo un nuevo paradigma de familia —aplicable en varios aspectos también a la empresa—, centrada en algo teóricamente aceptado pero difícil de vivir en la práctica: el reconocimiento, la valoración y la integración de las diferencias.