Un mundo inexistente

Liuba Lencova es de Bulgaria, pero vive en Argentina con su marido y sus tres hijos. Tras huir de su país, encontró la libertad y la fe. Ahora es cooperadora del Opus Dei y ayuda en una escuela para niñas con pocos recursos. Lea la entrevista con Liuba.

Liuba con sus tres hijos

¿CÓMO CONOCISTE EL OPUS DEI?

“Soy abogada, estaba cursando un Master en la Universidad Austral y, en el medio del curso quedé embarazada de mi tercer hijo. Fui a hacerme una ecografía y el médico me dijo que el embarazo era ectópico y que no iba a seguir su curso. Mientras oía el tremendo diagnóstico del médico, escuchaba los latidos del bebé dentro de mí. Fue algo durísimo, inexplicable. 

Esa misma noche me internaron para hacerme una operación de urgencia, estaba muy nerviosa, con mucho miedo y no podía dormir. Entonces Carlos, mi marido, me dijo: “Recemos”. Hasta ese momento, nunca lo había hecho y, sin saber cómo, empecé a calmarme y me dormí rezando.

‘Felizmente, la operación dio resultado y el embarazo siguió su rumbo. Cuando volví a clases, una amiga me invitó a una charla informativa sobre el Opus Dei. Como me pareció interesante, le pedí bibliografía a una profesora, numeraria de la Obra. Así, leí Camino y otros libros de San Josemaría. Al poco tiempo, comencé a tomar clases de Doctrina Católica y fui descubriendo un mundo que para mí era desconocido, inexistente”. 

  ¿COMO FUE TU JUVENTUD EN BULGARIA?

"Nací en la Bulgaria comunista. Mi familia pertenecía al Politburó y yo era miembro de Los Pioneros, una organización de la infancia comunista. En mi familia, todos estábamos orgullosos del régimen".

"Vivía en Sofía, capital de Bulgaria y de pequeña, con mis amigas, nos divertiamos mirando a las personas que se animaban a entrar en la Iglesia. Lógicamente, eran personas mayores que no tenían nada que perder. Para el régimen comunista, la religión era el opio de los pueblos y si te veían practicándola te expulsaban de los colegios y del Partido. No había libertad". 

“Entonces Carlos, mi marido, me dijo: “Recemos”. Hasta ese momento, nunca lo había hecho y, sin saber cómo, empecé a calmarme y me dormí rezando”.

"Debo admitir que, un par de veces, entré a escondidas a la Catedral de San Jorge. Me resultaba fascinante el cuidado que había en el culto ortodoxo, el tema de las velas, el orden con que se las prendían y apagaban; los íconos que adornaban las paredes del templo y otras manifestaciones del rito que despertaban mi atención adolescente. Salvo estas escasas excepciones, mi contacto con la religión era nulo”.

"A los 16 años, emigré con mi madre, que es filóloga y periodista, a Buenos Aires. Tuvimos que salir separadas porque, de lo contrario, sospecharían que aquello era más que un viaje de turismo. No nos hizo falta escaparnos, porque mi familia tenía una posición privilegiada dentro del Partido Comunista. Mi abuelo paterno era miembro del Politburó y fue gobernador de una provincia búlgara durante 15 años, y mi abuelo materno era diplomático. Con lo cual no nos fue difícil obtener los permisos legales para salir del país”. 

  ¿CÓMO TE ENCONTRASTE EN ARGENTINA?

“Mi primera experiencia en Argentina fue durísima. No entendía el idioma, no comprendía a la gente, no tenía amigos... Además, extrañaba el invierno de Bulgaria, el esquí de la montaña, el barrio residencial donde vivía, el colegio, mis amigos, parientes... todo. Si bien la falta de libertad bajo el régimen comunista era patente, para los que pertenecíamos a la burguesía roja la vida era mucho más cómoda de lo que uno se imagina. La igualdad nunca existió. Si bien todo era del estado, los colegios, las casas… no todos disponían de los mismos privilegios.  Entonces, de pronto, dejé esa vida cómoda y me encontré un 7 de febrero de muchísimo calor, húmedo, en Buenos Aires”, recuerda.

"Es Cristo que pasa y otros libros de San Josemaría que me ayudaron a conocer más aspectos de la vida de fe y a concretarlos en mi vida".

El bautismo de Liuba en Bulgaria

"Después de un año y medio de llorar, comer y dormir… decidí volverme sola a Bulgaria. En ese tiempo, en el que estuve ausente de Bulgaria habían cambiado muchas cosas. Quizás yo misma también cambié. Ese año y medio que viví en Argentina me sirvió para darme cuenta que existía otra realidad. Cuando a uno le muestran una cierta libertad empieza a plantearse un montón de cosas”. 

  NUEVO PAÍS, VIEJAS COSTUMBRES...

"Efectivamente: cuando volví a Bulgaria noté más esa falta de libertad. Me acuerdo de que el día anterior a la Pascua ortodoxa nos dijeron en el colegio que si veían a alguien en las celebraciones lo expulsarían y, sin miedo a las consecuencias y desafiando las circunstancias, fui a escondidas con mi prima. Entré a la Catedral de San Jorge y me impactó, todavía lo recuerdo como si hubiese sido ayer”.

Esta estancia en Bulgaria me duró un año y, como en ese interín nació mi hermano en Buenos Aires, decidí volverme a la Argentina. Había transcurrido el tiempo, conocía el idioma y llegué con mucho más optimismo. Estudié derecho en la UBA (Universidad de Buenos Aires), empecé a trabajar, a tener amigos y a vivir una vida normal. 

Hasta entonces no me había planteado la existencia de Dios. Tomaba como verdad absoluta lo que siempre me habían dicho: “Dios no existe, la religión es el opio de los pueblos”. Es como cuando te dicen “en otoño las hojas son amarillas” y tal vez por eso no prestás atención a los verdes, rojos, marrones que también existen en otoño. 

 

¿Y CÓMO LLEGASTE A LA FE?

En el año 1996, después de diez años, fui a Bulgaria de vacaciones por un mes y, un día pasé por la Catedral de San Jorge, entré y dije, simplemente: “Me bautizo”. A los pocos días, en la más plena soledad, nos bautizamos mi prima y yo en el rito ortodoxo. Cuando volví a Argentina conocí a Carlos. Cuando llegó el momento de casarnos, él me dijo que se quería casar por la Iglesia Católica. Luego de obtener las dispensas, nos casamos felizmente en 1998. 

 

Desde ese primer contacto con el Opus Dei, a través de aquella charla informativa en la Austral, fui adentrándome en la fe católica, empecé a conocer y a tratar a Jesucristo. Eso que aprendía y descubría lo empecé a hacer vida, comencé a ir a Misa, a leer el Evangelio, creo que  nunca antes había visto una Biblia. Ahora, la leo todos los días, ya estoy empezando el evangelio de San Marcos. También leí Camino, Es Cristo que pasa y otros libros de San Josemaría que me ayudaron a conocer más aspectos de la vida de fe y a concretarlos en mi vida de todos los días. La verdad que para mí San Josemaría se convirtió en un mensaje y un ejemplo a seguir. 

¿CÓMO ES TU DÍA A DÍA?

Sigo haciendo lo mismo que hacía antes, pero ahora, trato de hacerlo con Dios. A la noche rezo con mis hijos y trato de educarlos en la fe que yo no tuve la suerte de recibir de chica. 

Un día conocí el Buen Consejo, un colegio de Barracas para chicas sin recursos que atiende el Opus Dei, y pensé que podía contribuir en algo. Esto me decidió a ser Cooperadora del Opus Dei. El año pasado, me preparé para recibir la Primera Comunión y la Confirmación, y recibí esos Sacramentos con las alumnas del Bueno Consejo.