Recuerdos del P. Gonzalo Bueno (I)

Recuerdos testimoniales del P. Gonzalo Bueno, que comenzó la labor apostólica del Opus Dei en Uruguay junto al P. Agustín Falceto, en 1956.

Octubre de 1956, pocas horas antes de desembarcar en el puerto de Montevideo. En primer plano, el P. Agustín Falceto; al fondo, el buque escuela Juan Sebastián de Elcano.

“El día 4 de octubre por la noche, zarpamos con el P. Agustín Falceto, en un barco repleto de emigrantes, desde Cádiz. En las dos semanas de travesía, conocimos a mucha gente nueva con la que compartimos el viaje. Recuerdo por ejemplo a dos chicos jóvenes. Se consideraban ateos, pero llegaron a ser buenos amigos nuestros. Siempre se mantuvieron en sus posiciones. Sin embargo, a la hora de despedirnos, uno de ellos nos pidió el Evangelio; el otro, también emocionado, decía: “Les deseo mucho éxito en la labor apostólica que harán en Uruguay. Aunque le extrañe: de verdad se lo deseo. ¡Mucho éxito!”

“Una de las escalas fue Río de Janeiro. Allí subimos hasta el Corcovado, y disfrutamos de la imponente vista de la bahía. A los pies de la imagen del Sagrado Corazón, en la cumbre, pensamos en la labor que nos esperaba en Uruguay.”

“Unos días después avistábamos las costas uruguayas, y luego la ciudad de Montevideo. Era de noche; me hubiera gustado divisar tierra desde lejos, a la luz del día, pero así era igualmente bonito. Era bonito sobre todo por lo que nos espera en el puerto: dos familias amigas, a pesar de la hora avanzada, aguardaban por nosotros.”

“A la una de la noche entrábamos en la casa. En el vestíbulo, sobre el único mueble, nos fijamos inmediatamente en un ramo de flores y en un pequeño cartel que decía: Bienvenidos. Que pronto no quepan en la casa”. Recuerdo muy bien aquellas primeras tardes en Montevideo. Tardes de trabajo callado y de oración, como el sembrador espera los frutos que se acercan. Ya soñábamos con la semilla que crece en silencio, y saldrá a la luz cuando Dios quiera. La esperanza era firme, n os sentíamos muy acompañados por San Josemaría y por las personas del Opus Dei que en todo el mundo rezaban por nosotros y por los comienzos en estas tierras.”

“De aquellos años, recuerdo por ejemplo cómo el ambiente de la casa se animaba al caer la tarde, cuando llegaban universitarios de distintas facultades, que venían a estudiar a las salas de estudio de la casa, y también a participar de charlas y retiros. Aquellos chicos que un día llegaron a la casa casi únicamente por inquietudes culturales, y luego comienzan a participar de las actividades de formación cristiana. Todos se sumaban también a sacar la casa adelante: algunos haciendo pequeños arreglos materiales, otros consiguiendo algunos muebles que se necesitaban.”

“Las delicadezas del Señor se multiplicaban: una amistad ocasional en un ómnibus, nos proporcionó el primer sagrario, mantas para hacer frente al invierno y, más tarde, la sede de la segunda casa de la Obra en Uruguay”.

“Cuando trato de evocar aquellos primeros años en Uruguay, se hace más evidente la protección de Nuestra Señora, la Virgen María, movida por la oración de San Josemaría. Nuestra tarea era muy clara: hacer el Opus Dei en Uruguay; los medios que teníamos que poner, también: rezar mucho, conocer gente, instalar el oratorio y la sala de estudio. Recuerdo, como si fuera hoy, en qué concretó el P. Agustín lo más urgente y eficaz: “Empapemos las paredes de la casa con jaculatorias –con oraciones sencillas y abundantes, que salen del corazón-, que así, cuando comiencen a venir los jóvenes, se les pegarán”.