El Hogar Sacerdotal salió campeón

El papá de un alumno de Monte VI -colegio respaldado por el espíritu y la formación cristiana del Opus Dei- relata cómo el fútbol y las clases de religión de su hijo lo llevaron a esta simpática obra de misericordia.

Tengo 44 años y en la vida me tocó hacer de todo un poco. Me casé con una mujer maravillosa, y junto a ella formamos una linda familia con 9 hijos. Apasionado por el fútbol, jugué de zaguero izquierdo en Primera División en los equipos de Progreso, Cerro, Miramar Misiones y Huracán Buceo. Como empleado y comerciante he hecho de todo en la vida para sacar la familia adelante.

Un sábado, a eso de las 3 de la tarde, suena el teléfono en casa. Era el profesor de Religión de mi hijo Santiago que va al Colegio Monte VI y tiene 13 años. Quería que lo acompañara con mi hijo y varios compañeros de clase al Hogar Sacerdotal. Yo había tenido una semana difícil y estaba en casa tranquilo cuidando a mis hijos porque mi mujer estaba haciendo mandados. Esa llamada me mató, porque me agarró mal y cansado, pero con tal de dar una mano a esos curitas que dejaron la vida por los demás y hoy necesitan compañía, pensé que era de justicia devolverles lo que tanto nos dieron. Enseguida le respondí: “contá conmigo”. Eso sí, además de Santiago me llevé a Justina, a Federica, a los mellizos y a dos sobrinos que estaban en casa. Compramos unas bebidas y unas masitas y fui preparado para una tarde poco divertida.

¡Cómo me equivoqué! Los chicos pasaron una tarde inolvidable y los papás que fuimos también. Porque cuando uno es generoso con los demás, Dios nos premia con una alegría sin límites. Le preguntamos a las buenas monjas que cuidan a los sacerdotes, qué necesitaban. Pensé que nos pedirían dinero para alguna obra, pero no fue así. Nos pidieron toallas. Me dolió saber el grado de necesidades que tienen. Hicimos una colecta en la clase y compramos más de 20 toallas de distintos tamaños. Por lo que volvimos otro fin de semana y pasamos otra tarde encantadora. Cada sacerdote tenía sus cuentos: quien de su parroquia, quien de un pueblo del interior. Otro era un aventurero que estuvo en Bolivia evangelizando indígenas y escalando montañas. Otro, en cambio, era futbolero y sacó la bandera de su equipo preferido. Al final, hasta nos dieron una bendición en la Capilla con unas palabras que nos llegaron al alma. Pensé que todo terminaría allí. Pero me volví a equivocar.

Un mes después, el equipo de fútbol del Colegio de mi hijo llegó a la final del campeonato intercolegial de Adic. Los alumnos de 1.° de liceo, y entre ellos mi hijo Santiago, le pidieron al profesor que invitara a los sacerdotes del Hogar a ver la final. Los pasamos a buscar y fueron varios acompañados de dos hermanas que los cuidan maravillosamente. No solo ganamos cuatro a cero sino que tuvimos un tercer tiempo del que participaron también jugadores del otro equipo, los sacerdotes y las hermanas que fueron. Ya pueden imaginarse dónde está hoy la copa que ganaron. No fue precisamente al colegio, sino adonde están los verdaderos campeones, los que metieron esos goles que hicieron feliz a tanta gente y a quienes nadie les dio una copa por eso. La copa está donde debía quedarse: en el Hogar Sacerdotal.

(Testimonio anónimo, publicado inicialmente en el Quincenario Entre Todos)

    icm.org.uy, 10.11.2016