Dora, las calabazas y el cabello de ángel

Isabel García Martín, que vio trabajar a Dora desde 1991 hasta el 10 de enero de 2004, cuando se fue al Cielo, comparte algunas de sus impresiones.

Isabel García Martín, que vio trabajar a Dora desde 1991 hasta el 10 de enero de 2004, cuando se fue al Cielo, comparte algunas de sus impresiones.

«La recuerdo en el jardín, en el mes de agosto, con 89 años, regando las calabazas con las que haría el último cabello de ángel de su vida, para rellenar las ensaimadas –"si se hace una cosa hay que hacerla bien", decía-. Conseguía las semillas, las plantaba, las cuidaba y después envasaba los tarros de cabello de ángel para un montón de gente, que disfrutaría comiendo ese dulce hecho con tanto cariño, como las abuelas. También hacía mermelada, dulces. Le gustaba cada tarea relacionada con la difusión del calor de hogar, no es que ella lo llamase así, lo hacía y basta.

»Era esa bocanada de alegría de vivir, el revivir los momentos entrañablemente familiares de un día de fiesta, sin ahorrarse trabajo, lo extraordinario de acertar en lo ordinario, por la paz que da el orden, encontrar cada cosa en su sitio, una comida sencilla pero bien cocinada, en una mesa cuidada donde penetra el buen gusto de lo pobre pero limpio, de la elegancia de la sobriedad. Su constante pero tranquila actividad buscando servir a los demás: la ropa, el jardín, el detalle de una comida, la limpieza, “las cosas frías, frías, y las calientes, calientes” -le gustaba repetir-, todas las cosas que había aprendido y oído directamente de labios de San Josemaría, ser sembradores de paz y de alegría.

»A lo largo de la vida logramos conocer a mucha gente, a quienes apreciamos y recordamos. Pero las personas que dejan huella son las que, sin llamar la atención, haciendo cosas que para muchos pasan inadvertidas, no podemos olvidar porque nos hacen guardar un recuerdo imborrable. Nos preguntamos qué tenían y empezamos a descubrir a los héroes del mundo, los que supieron a través de lo pequeño hacernos felices, a los santos, descubrirnos la maravilla de la creación, de la bondad del mundo, de la importancia de cuidar a las personas, una a una, con alegría, disfrutando de lo que estaban haciendo.

»Leyendo hace poco una novela encontré unas frases que de inmediato me hicieron pensar en Dora. Habla de una emigrante húngara y la señora de la casa, en América del Norte a principios del siglo XX: “Les gustaba preparar comidas abundantes y suculentas y ver como se las comían los demás; hacer camas blandas y blancas y ver a los más jóvenes durmiendo en ellas… En lo más hondo de cada una de ellas había una especie de jovialidad desbordante, un placer por la vida que no era sólo delicado sino estimulante”.

»Dora, a través de su trabajo de servicio, de cuidado, hecho como una madre, como una hermana mayor, imitando a la Santísima Virgen, buscaba el bien de los demás a través de la belleza de las tareas que realizaba y era en esos detalles, en apariencia intranscendentes, en los que se reflejaba su amor por Dios, por la vida transcendente que le tenía preparada».