Anestesia para mi codo

La alegría reinaba en casa mientras todos abríamos nuestros regalos de Nochebuena. Yo estaba sentada en el borde de una mesa de vidrio y ahí empezó todo.

La tapa de la mesa se quebró, me caí hacia atrás y me clavé un astilla en el codo izquierdo. ¡Qué dolor y qué susto, Dios mío! Mis padres decidieron llevarme rápidamente en auto al sanatorio y yo era un solo grito. Fue entonces cuando mi madre me hizo repetir la oración de la estampa de Josemaría Escrivá. A medida que pronunciaba por primera vez esas palabras, comenzó el alivio.

El Beato Josemaría me hizo de anestesia y tranquilizante. Fue realmente increíble. Mi padre iba adelante en el coche y pensó que me había desmayado porque dejé de quejarme. Llegué al sanatorio como si nada pasara, sin ningún dolor. Cuando el médico me examinó no podía entender cómo, a pesar de que se me veía el hueso, no estaba sangrando.

Decidió operarme y después de la intervención dijo que por milímetros no había perdido el líquido sinovial, que hace posible el movimiento.

Hoy me queda una cicatriz que me recuerda la ayuda de Josemaría Escrivá en aquel momento de desesperación. Desde aquel día Escrivá y yo nos hicimos grandes amigos, tan amigos que de a poco aprendí a rezar su estampa, sabiendo que luego de pedirle un favor él me lo concedería.

L.A. de V.