" Descubrí que sirviendo a los demás, servía a Dios"

Comenzó a estudiar Psicología pero se percató que esa carrera no la “llenaba” en absoluto. Fue a una promoción rural y se planteó la enfermería como profesión, aunque los prejuicios sobre el prestigio de esa tarea la frenaban. Al final derribó sus dudas con la ayuda de la visión del servicio a los enfermos que tenía el fundador del Opus Dei

Cuando conocí el Opus Dei estudiaba Psicología, carrera que elegí por descarte buscando huir de la matemática y de la física, como les sucede a muchos jóvenes a la hora de elegir su profesión. La carrera de Psicología, con una orientación netamente freudiana, no me "llenaba" en absoluto: quería ayudar a los demás, escuchar sus problemas, pero a medida que pasaban los años sentía que todo era relativo.

Por un lado comencé a dudar de Dios, de la fe que recibí de mis padres, y por otro a cerciorarme de la ignorancia que tenía sobre mi religión, de la que me creía sabelotodo. Me encontraba en ese estado de mareo y confusión cuando me invitaron a una promoción rural -campamento con un grupo de chicas que tiene como fin brindar una ayuda a los demás- en la que visitábamos barrios pobres, buscando niños sin vacunar, los llevábamos a la policlínica y los vacunábamos nosotras mismas, previamente entrenadas por una médico.

En esa ocasión me enseñaron a rezar a Dios por cada niño antes de vacunarlo, a sonreír cuando algo no salía bien, a no quejarme por estar cansada y tantas cosas más. Fue allí donde hice un descubrimiento: me di cuenta que sirviendo a los demás en detalles de poca importancia, servía a Dios.

Al volver de la promoción comencé a frecuentar la residencia y a conocer más el espíritu del Opus Dei. Al poco tiempo estaba deslumbrada por un espíritu que empapaba de Dios la vida ordinaria hasta los quehaceres más simples. Junto a la formación doctrinal religiosa que fui recibiendo, fui vislumbrando mi vocación profesional. Una persona de la Obra me preguntó si nunca me había planteado ser enfermera, ya que me veía con cualidades, a lo que respondí que no, pues jamás pasó por mi cabeza esa opción.

Comencé a pensarlo, cargada de los prejuicios que pululan: "ser psicóloga es más prestigioso que ser enfermera”, “los psicólogos ganan más que las enfermeras", pensaba mientras seguía estudiando Psicología.

Al poco tiempo mi madre, que vive en otra ciudad, me llamó y me propuso hacer un curso de enfermería para conseguir trabajo y ayudarla con los gastos, ya que la carrera iba para largo por los paros docentes y la falta de presupuesto de la Universidad. Esta vez, apremiada por la situación económica, me lancé a probar la enfermería, sin dejar los otros estudios. A los dos años, cuando me recibí de Auxiliar de Enfermería, no tenía problemas en decir mi profesión. Así el orgullo de servir a los demás y sentirme útil suplantó rápidamente el sentimiento -temido- de vergüenza por "ser menos" ante la sociedad. Luego curse la Licenciatura de enfermería.

Cada vez me fue gustando más la práctica de mi profesión y pude comprobar que la enfermera es la confidente de los pacientes, ya que lo que no se animan a preguntarle o contar al médico lo hacen con la enfermera. Así, aprovechando el consejo de Josemaría Escrivá, traté de enseñarles a ofrecer el dolor y las molestias por alguna intención.

Recuerdo que una tarde llegó un señor de 60 años con su hija, lo habían operado y la herida estaba infectada. El señor se quejaba a viva voz y decía malas palabras. Cuando lo vio el médico, le dijo que la herida estaba infectada y que había que abrirla en el momento, sin anestesia. Mientras preparaba el material, el señor continuaba quejándose con insultos. Recordé lo que decía el fundador del Opus Dei sobre el dolor y lo enfrenté: Le pregunté “¿señor, usted es católico?”. “Apostólico Romano”, me contestó de inmediato. Entonces le dije que el dolor tenía un sentido si lo unía al sufrimiento de Cristo y le hice una propuesta: por cada vez que fuera a quejarse, en vez de insultar, que invocase a María, la madre de Dios, y ofrezca su dolor por una amiga mía que quiero que se acerque a Dios. Asintió y me preguntó el nombre de mi amiga. A los pocos minutos volvió el médico y cuando empezamos a curar, el señor comenzó a insultar. Lo miré y le dije simplemente: “¡acuérdese!” Nunca creí que el efecto sería inmediato, dado que el dolor era intenso, en ese momento comenzó a recitar el credo, decía Santa María y gritaba el nombre de mi amiga. Cuando terminamos de curarlo, el médico le preguntó quién era esa persona que nombraba, y el señor le contestó, mirándome a mí, “es una amiga”. En las sucesivas visitas a la clínica para curarse, siempre me preguntaba como iba mi amiga y la verdad es que pude comprobar como "el dolor es la piedra de toque del amor", como decía Josemaría Escrivá, pues mi amiga se acercó a Dios.

La enfermería me ha dado un campo estupendo para hablar de Dios a los pacientes. Cuando se está enfermo, se necesita del otro, se replantean muchas cosas, se valora la vida y se teme la muerte. Habitualmente las enfermeras no saben qué decir ante la muerte, o creen que hablarle de Dios a un enfermo es inmiscuirse en sus vidas o anticiparle la muerte. Hace poco encontré en un libro de enfermería muy conocido, sobre pacientes en etapa terminal, y tiene muchas recomendaciones para que la enfermera ayude a la preparación espiritual del enfermo antes de morir. Lo comenté con otras enfermeras para sacarles el miedo y hacerles ver que no es poco profesional sino un deber profesional asistir tanto el cuerpo como el alma de los enfermos. He aprendido a encontrar a Dios en los enfermos, siguiendo el consejo del punto 419 de "Camino": -Niño. -Enfermo. -Al escribir estas palabras, ¿no sentís la tentación de ponerlas con mayúscula? Es que, para un alma enamorada, los niños y los enfermos son Él.

Miriam Ramos, Enfermera del Hospital de Clínicas // Libro "San Josemaría y los uruguayos", año 2002