“Escrivá siempre decía que sus dos grandes amores eran judíos”

Hija de madre judía y padre católico de “cabeza atea”, se formó en un colegio evangelista-metodista. Luego conoció el Opus Dei y se convirtió al catolicismo. De San Josemaría destaca lo que siempre el fundador del Opus Dei repetía respecto a la raza hebrea: que los dos grandes amores de su vida eran judíos: Jesucristo y su madre, Santa María.

Conocí el Opus Dei en el año 1983. En ese entonces yo estudiaba Ciencias Económicas en la Universidad de la República, y estaba buscando un trabajo de pocas horas que me permitiera continuar con mis estudios, al tiempo que me generara algunos ingresos para poder costear mis gastos.

Casi milagrosamente -luego de una búsqueda afanosa y sin resultado fructífero - me surgió a través de una amiga y compañera de facultad la posibilidad de comenzar a enseñar Contabilidad en un instituto de formación de secretarias y auxiliares contables cuya dirección espiritual estaba confiada a la Prelatura del Opus Dei. Yo nunca había oído hablar de la Obra hasta el momento, máxime si se tiene en cuenta que provengo de un hogar mixto en lo que se refiere al origen religioso, ya que mi madre es judía y mi padre es bautizado en la Iglesia Católica pero con “cabeza atea”.

La orientación del instituto a mí me tenía sin cuidado ya que toda mi vida me había educado en un colegio de formación evangelista-metodista. Por lo que mi cabeza ya era un “mosaico” de culturas, opiniones y creencias. Abierta a la posibilidad de conocer algo nuevo, lo primero que me impactó al conocer al grupo humano y a la institución que ellos representaban fue la palpable alegría que allí se respiraba en todos sus integrantes, la franqueza en sus comentarios y opiniones, y la coherencia entre lo que allí se vivía y lo que se enseñaba tanto a sus alumnos como a toda la gente que desfilaba por los Centros de Formación que ellos dirigían.

Entendí que la vida de todo ser humano debe tener un por qué, que todos somos parte de un plan divino con un papel determinado

Casi de inmediato me di cuenta que allí estaba la respuesta a lo que había estado buscando durante tanto tiempo: el sentido de mi propia existencia. En ese momento entendí que la vida de todo ser humano debe tener un porqué, que todos somos parte de un engranaje divino con un papel determinado que debemos cumplir para no romper esa gran máquina que Dios creó. Y que de la forma en que cumpliéramos con ese gran cometido dependía nuestra propia felicidad y la de quienes nos rodean.

Casi sin darme cuenta me interesé por conocer más en profundidad la doctrina católica, y fue así como también conocí la figura de Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer, a quien me acerqué atraída por la sabiduría y profundidad de sus enseñanzas que solo pueden provenir de alguien que está muy enamorado de Dios.

Es a propósito de ese gran amor que mi vida quedó aún más unida a Dios y al Opus Dei. Allí recibí toda la formación religiosa que me ayudó a conocer y tratar a Dios con una confianza y cariño de verdadera hija, a punto tal que inmediatamente sentí la necesidad de ser recibida en la Iglesia Católica a través del bautismo.

Siempre sentí que en la Obra se me trataba con un cariño muy especial. Y es que como alguien que proviene de un hogar de madre judía, para la ley judía siempre seré reconocida como tal. Y como siempre decía Monseñor Escrivá de Balaguer, sus dos grandes amores fueron judíos: Jesucristo y Su Santísima Madre, la Virgen María.

De modo que a Monseñor Escrivá le debo -entre otras tantas muchísimas cosas- el agradecimiento por haberme enseñado a conocer y amar a Jesucristo como solo alguien muy enamorado de Dios supo amar y enseñar a amar.

Claudia Varela, Contadora // Libro "San Josemaría y los uruguayos", año 2002